Heridas y lluvia

*Con los primeros truenos, la enfermera despide al jovencito que tiene delante. Acaba de vendarle la mano, además de hacerle varias curas de urgencia en la barbilla, la mejilla y los antebrazos.*

- (Suspiro) Ya está, ya puedes irte.
- (murmurllo imperceptible) Gra...cias... *él agacha la cabeza con un trueno. Cierra los ojos. La enfermera arquea una ceja.*
- Va a caer una buena. Vete a casa.

*Brisonia sale del cuartucho blanco y camina hacia la salida. Todo el mundo que se cruza con él intenta ver algo en sus ojos naranjas, ahora llorosos por el dolor y la pena. Tiembla de pies a cabeza. Cuando sale del hospital, ya está lloviendo. Se encoge; no le gusta el agua. Al menos, la luz ha disminuido bastante como para que pueda caminar.
No ha sido culpa suya; ha sido un accidente. Sus heridas han salido de un grupo de adolescentes a los que les apetecía hacerse los graciosos con él. Y él les ha mordido, como a ese chico al que casi le amputaron la mano por su culpa. Pero... no ha sido culpa suya. Sólo se estaba defendiendo.
Sorbe por la nariz y se refugia debajo de unas planchas de metal que hay en el suelo. Allí nadie lo ve. Mete sus brazos delgados en el cuerpo de su chaqueta e intenta darse calor. Tiene mucha hambre y los dientes le duelen. No siente las puntas de los dedos. Un relámpago brilla contra el metal. Brisonia da un grito, tira los metales al suelo y sale corriendo, aterrado.

Con ése, son tres meses, una semana, dos días y cinco horas que pasa en la calle.*





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