El intruso

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*Brisonia a empezado a correr conforme la lluvia se hacía inminente. Las gotas le golpean el cuerpo y le vuelven las náuseas. Se siente débil. Se siente inútil. Y se siente cobarde. Inservible como la ropa que le cuelga del brazo, asquerosa por la mugre acumulada con el paso de los días. Solo corre. Corre por el centro de Zodia buscando un lugar donde refugiarse.
En una esquina, se resbala con un charco y se cae al suelo. Da justo con la rodilla herida.*

(gemido)

*Se le saltan las lágrimas de dolor.*

Mierda, ¡no! ¡Ahora no!

*No puede correr. Su cuerpo ha llegado al tope. No puede correr ni un metro más. La lluvia ruge. Brisonia consigue ponerse de pie y encogerse bajo un toldo de color oscuro. Se abraza el cuerpo mojado y mira para todos lados. En la calle perpendicular, la gente camina muy deprisa de un lado para otro. Nadie repara en su presencia. La calle está muy oscura.
Mira al cielo en un reflejo. Y ve su solución.
Está justo enfrente de un edificio antiguo. Probablemente, el más viejo de todo el centro. Y las ventanas del último piso están abiertas. Las cortinas ondean por el viento húmedo.*

Si... si no vive nadie... yo podría...

*Se lo piensa mucho. Muchísimo. Pero finalmente puede más el instinto de supervivencia que su raciocinio o su miedo. Se encarama a la fachada y hunde las garras en las juntas del edificio. Trepa con toda la rapidez que puede -afortunadamente no lo ve nadie porque llama poco la atención- y se deja caer en un amplio salón.
Jadea. Está mojado y agotado. Mira a su alrededor.*

No hay muebles... no hay. Entonces, aquí no vive nadie.

*Se marea por el esfuerzo repentino. Tose. Los párpados le pesan.*

¿No huele... a tabaco...?

*Como está tan débil, se desmaya en el suelo de madera. Con la poca luz que hay, no se percata de los arañazos, las quemaduras y las grietas del parquet. Se deja caer sobre su propio charco y se sume en un sueño profundo.
Una figura espigada se coloca junto a él. Está fumando un cigarrillo. Un rayo se refleja en sus gafas redondas. Da una calada y observa al chico escuchimizado tirado en su salón. Deja el estuche del violín en el suelo y le acaricia la cabeza con cariño. Esboza una sonrisa.*

- (susurro) ¿Y tú de dónde has salido?

*Mira las ventanas y suspira. Se va hacia su habitación y lo deja tal y como está. Se sienta en la cama y entrelaza las manos. Su corazón percibe la tristeza de Lagartija, toda su tensión y su horrible sentimiento de monstruo. Se imagina lo que ha pasado.*

- Quédate, pequeño. Lagartija va a necesitarte cuando vuelva...

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*Lagartija tiene que entrar por la ventana, porque sigue con su forma de dragón. Atraviesa sin dificultad las cortinas y, justo cuando va a aterrizar, se da cuenta de que su salón tiene un olor nuevo. Baja al suelo y se sacude el agua del cuerpo.*

¿Hum? ¿Qué puede…? ¡Anda! ¡Pero si hay un chico tirado en el suelo!

*Brisonia se despierta, entumecido, con unas gotas de agua que le golpean la cara. Le duele todo el cuerpo y está frío, terriblemente frío. Tirita.
Cuando se da la vuelta, encuentra delante de él una criatura con los ojos más verdes que nunca ha visto. Pero también con colmillos, garras, cuernos y alas.*

- (grito de miedo)¡Ah!

*Lagartija da un salto hacia atrás.*

- ¡Wah! ¡Qué susto!

*Se da cuenta de que el personajillo, que está delgadísimo y huele fatal, está temblando. Y huele su miedo. Ladea la cabeza.*

- ¿Estás bien?

*Brisonia no puede contestar. Tiene demasiado miedo. Sólo puede contemplar a la criatura con los ojos desorbitados.*

*Lagartija mira a su alrededor, busca a su compañero de piso, pero parece que no está. Vuelve los ojos al chico delgado.*

- ¿Cómo has venido a parar aquí?

*Brisonia traga saliva. Quiere echar a correr, saltar por la ventana y huir, pero está demasiado débil.*

*Lag esboza una sonrisa llena de dientes.*

- Estás empapado. Has debido de llegar buscando refugio de la tormenta. La verdad es que se ha puesto el cielo muy negro… Estoy preocupada por Koen.

*Da un par de pasos hacia el chico tendido en el suelo.*

*Brisonia intenta retroceder, se tropieza y cae de espaldas. Cierra los ojos con mucha fuerza y sigue temblando.*

*El dragón se detiene. Levanta las cejas. De repente, ese pequeño humano le ha despertado una sensación de infinita ternura. Sonríe.*

- (susurro) No tengas miedo. No voy a hacerte daño.

*Cae en la cuenta de que dicho con su forma original no es muy alentador.*

- Espera.

*Va a su habitación, cambia de forma y se viste rápidamente. Cuando regresaa su lado, se acuclilla frente a él y sonríe.*

- Mucho mejor así, ¿no?

*Cuando Brisonia vuelve a abrir los ojos, el monstruo de ojos verdes se ha transformado en una chica preciosa, con el cabello rizado y una gigantesca sonrisa. le tiende la mano para ayudarle a levantarse.
El chico no puede creer lo que está viendo.*

- Tú…

- Yo soy Lagartija *responde ella. Cierra los dedos con infinito cariño alrededor de su mano congelada.* ¿Tú como te llamas?

*Brisonia se estremece. Toda ella es calor, un calor reconfortante. De pronto, ya no tiene ningún miedo. Hay algo dentro de esa chica que parece repetirle al oído que todo va a ir bien.*

- Brisonia *responde, perdido en el iris verde que se mueve.*

- Brisonia *Lag repite cada sílaba con un susurro.* Qué nombre tan bonito.

*Lo ayuda a ponerse de pie. Ya apenas tiembla. *

- Eso es, tranquilo *le acaricia el pelo empapado.* Ahora no te va a pasar nada malo. Tienes unos ojos muy bonitos.

*El chico rechaza el primer contacto. No le gusta que nadie le toque. Sin embargo, cuando la piel cálida de Lagartija acaricia la suya, cierra los ojos para disfrutar del calor. Le entran escalofríos. Es tan dulce…*

*Lagartija no le suelta la mano. Cree que, si lo hace, Brisonia se caerá. Parece tan débil, tan pequeñito…*

- Hay que hacer algo para quitarte ese frío. ¡Ya lo tengo! Una ducha calentita es lo mejor en estos casos. Ven, ven por aquí. *Lo guía por el piso.* Puedes considerarte como en tu casa. Vamos a buscarte algo de ropa. No te importa que sea de chica, ¿no? Te prometo que seleccionaré lo más masculino que tenga. Es que… la de mi compañero te va a quedar enorme. Eres tan flacucho…

*Brisonia la observa boquiabierto. Lo conduce hasta una habitación con una cama enorme, llena de cojines de mil colores, que debe de ser la suya. lo sienta en la cama mientras se pone a hurgar en un armario muy desordenado. El chico va observando a su alrededor sin decir nada.*

*Lagartija rebusca como un perrito.*

- Oye, Brisonia, ¿cómo has llegado hasta mi casa?

- Eh… *tartamudea.* Escalando… la fachada…

*Lagartija se da la vuelta en seco.*

- ¿En serio? ¡Madre mía! Ya decía yo que olía algo particular en ti, pero no estaba segura de si era tu cuerpo o ese jersey mugriento que llevas puesto. Aunque el color no está nada mal.

*Saca unos vaqueros y una camiseta de colores que no parece demasiado femenina. Se los enseña con una sonrisota.*

- ¿Qué te parece? ¿Te gusta? Puedo buscar otra cosa, si quieres. Ya ves que ropa no me falta para nada.

*Brisonia no sale de su asombro.*

- No… está bien…

*Lagartija se coloca la ropa debajo del brazo y vuelve a cogerlo de la mano.*

- Estupendo. Entonces, te mostraré el baño. Mira, aquí está la ducha. Si quieres el agua más caliente, da un golpecito en la pared. Aquí no tenemos calefacción, así que yo calentaré las tuberías. ¡Es lo bueno y lo malo de ser un dragón, no sientes el frío!

*Brisonia parpadea.*

¿Dra…gón? Entonces, ¿lo que yo he visto era un dragón?

- Gra… cias…

*Lagartija le acaricia la mejilla.*

- No me las des, lo hago porque quiero. Venga, ¡vamos! Te vas a quedar congelado si no entras.

*Brisonia cierra la puerta del baño. Se desviste y, cuando se quita la camiseta, se asusta de su propio reflejo en el espejo. Todas sus costillas se ven tan perfectamente como en una radiografía. Tiene el esternón hundido.
Vuelve la cabeza. No quiere ni verse.
El agua está fría, así que golpea la pared inconscientemente. A los pocos segundos, la temperatura es perfecta.*

- (Lag a través de la pared) Cuando termines puedes usar el albornoz rojo que está en la percha. Voy a prepararte algo de comer, ¿de acuerdo?
- Gracias… *murmura él. Se envuelve en el albornoz y se viste con la ropa prestada.

Cuando abre la puerta, un agradable olor a comida le entra por la nariz. Se guía por él y llega hasta la cocina.*